domingo, 29 de marzo de 2009

Las arepas de Eliza

En la cocina de Elisa pareciera que se hubieran reservado el derecho de admisión para los avatares del tiempo y la modernidad. Allí, sin prisa, con la tranquilidad del que conoce la sabiduría de la calma y con la tranquilidad y paciencia propias de las zonas costeras, se trabaja a diario en la arepa.

La arepa, la misma que le ha permitido a Elisa vivir por más de tres décadas, la misma que se ha convertido en insignia, escudo e identidad de los paisas, la misma que genera lágrimas de nostalgia a los que viven en tierras extranjeras y hace parte fundamental de la dieta del resto de los colombianos, nació hace más de dos mil años con la historia del maíz en Meso América, su nombre al parecer, proviene del vocablo "erepa", que los Cumanagotos, tribu de los caribes de una provincia de Venezuela utilizaban para nombrar el maíz. Sin embargo otras versiones aseguran que la palabra arepa proviene de "aripo", una especie de plancha de barro en la que los indígenas cocinaban la masa de maíz.

La vida en la casa de Elisa se desarrolla en torno a la arepa. Las mujeres están siempre en la cocina y los hombres hacen los mandados, traen agua y lavan los platos. La vida de la familia está en la cocina, amenizada con vallenatos que se escapan de un viejo radio: fusión de sabores antioqueños y costeños, incitan al encuentro, al descanso, a la reunión en torno al fuego que cocina los alimentos.
Desde el día anterior remojan doce kilos de maíz para cocinarlo al amanecer y después pasarlo por la máquina de moler hasta obtener una masa blanca de la que salen esas telas redondas que más tarde, humeantes, deleitaran sus comensales
La arepa es la reina de la cocina de Elisa, se sirve con suero costeño o mantequilla y queso.

Elizabeth Rodríguez tiene 76 años y la fuerza de una mujer a la que le ha tocado enfrentar la vida con esfuerzo, con trabajo desde la niñez, de piel negra y delgada tiene un carácter fuerte que hace que todos la respeten.
La cocina está sobre la tierra, dos kioscos uno de paja cubre las mesas y el otro cubre el fogón. Cinco mujeres trabajan en la cocina, cada una sabe lo que le corresponde y solo mamá da órdenes.

Se camina despacio, se sonríe y se trabaja con gusto, amor a la arepa, amor a lo que se hace. La humildad, la misma de la arepa que permite que casi todo se pose encima de ella.
"¿Qué por qué son buenas mis arepas? Yo me afano para que queden buenas, porque las hago con la técnica tradicional, le pongo cuidado al maíz y trato que queden buenas", dice la negra Elisa.

Mercedes una de las hijas de Elisa es la que arma las arepas. De una bola de maíz se saca cada arepa sin necesidad de pesas, arma con esmero cada una y todas sin exactitud, sin secuencia. Las manos se juagan en una coca para acariciar de nuevo la masa, la arepa que ya tiene forma, se aplasta con tabla. Y de ahí al fogón
Siguen volteándose las arepas para cocinarse por los dos lados. Sin pinzas ni guantes, el sabor casero permanece.

Aunque Elisa dejó de hacer arepas por su salud, la tradición sigue para sus hijas. La mamá ya está cansada no quiere trabajar pero su fuerza no la deja quedarse quieta en la cocina de la cual es el alma. Allí mientras se elaboran las arepas, ella adelanta el almuerzo del día, lava aquí, limpia allá.
Antes no había fábricas, ella era la única que vendía.

Eliza empezó haciendo arepas por encargo y cuando en el pueblo se hicieron famosas las empezó a vender y hoy hay que llegar temprano para disfrutar de un manjar que tiene milenios de historia.

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