lunes, 30 de marzo de 2009

LA IMAGEN DEL DÍA

UN CANTO DE DIVAS DESCALZAS

Animado con cucharas de madera que se escapan por momentos de la cocina, al ritmo impuesto por un tambor macho y una hembra, con cantaoras que recitan al ritmo de la música sus vidas en versos y seducen a una pareja de bailadores que no para de contornearse. Ese es el bullerengue: música que seduce, que posee los cuerpos en movimiento, que mantiene vivas las raíces de la raza negra.

Hace dos décadas las cantadoras de bullerengue salían a cantar por las calles del pueblo y cuando llegaban a una casa, el dueño debía salir con una botella de ron y unirse a la celebración. Entonces la música se trasmitía de padres a hijos y era considerado música de viejos. Hoy, aunque las calles han sido reemplazadas por escenarios; el bullerengue sigue con vida y todas las generaciones lo disfrutan.

Antes era fácil encontrarlas en las riveras del río pescando y lavando ropa, cargando madera, cocinando y criando decenas de hijos. Hoy son las divas vivas más reconocidas del bullarengue en Colombia. Ellas, Etelvina Maldonado, Martina Camargo, Eustaquia Amaranto, Manuela Torres, Graciela Salgado y Petrona Martínez estuvieron en Necoclí en el Festival Nacional de Bullerengue para cantar lo que más les gusta.

El bullerengue, el mismo que convirtió en lugar de encuentro la plaza Principal de Necoclí, surgió en Palenque de San Basilio en el siglo XVII. Desde allí se expandió hacia otros municipios del Caribe como María la Baja, Puerto Escondido y Necoclí, donde se convirtió en una fiesta callejera. Era una danza ritual que se realizaba cuando las mujeres llegaban a la pubertad y estaban aptas para procrear.

El Tun, tun tun de los tambores, le da vida a las flores que empiezan a moverse en los vestidos de las bailadoras que se mueven de un lado al otro, mientras las cantaoras golpean el piso con sus pies descalzos. Tun tun tun, una conexión con los antepasados, con los esclavos cimarrones que llegaron de África a San Basilio de Palenque. Tun tun, con las abuelas que enseñaron a cantar bullerengue. Le lere lere lele…el orgullo de ser negras, de ser trabajadoras.

PARQUE BOLÍVAR







PINTANDO GRITOS EN LA PARED



Cuando se hace un graffiti, el autor sabe que su obra es "ilegal" por tomarse un espacio que no le corresponde como lienzo, lo que probablemente le da más significado al ritual. El arte de hoy se caracteriza por ser rápido y efímero, tanto como la velocidad de una cámara para borrar una imagen recien obtenida.

El graffiti y el stencil(técnica de plasmar las figuras sobre un soporte utilizando plantillas), aparecen como medios de expresión y comunicación no institucional. Estos se realizan manualmente, utilizando o no instrumentos y se aplican directa o indirectamente sobre u soporte estable, fijo o móvil.



La imagen plasmada en muros y paredes de la ciudad, habla de una actitud de protesta en el espacio público hacia la presente cultura de masas, producto del desarrollo tecnológico e industrial.Estos signos dejados en los muros a la suerte de jabones y pinturas que puedan borrarlos, dicen tanto de nuestras realidades como las primeras manifestaciones nos contaron acerca de lo que los hombres primitivos sentían de su entorno.
Los graffitis son el resultado de una creación individul con motivaciones colectivas. Sin importar lo poco duradero que pueda ser el mensaje, es para el creador la posibilidad de hablar en la esfera de lo público, de ser escuchado y poner en la pared sus gritos acerca del mundo.

domingo, 29 de marzo de 2009

UNA HISTORIA PARA PENSAR




Nuestra Señora de la Candelaria no es la misma, el centro que empezó a crecer alrededor de la Plaza Mayor, hoy Parque Berrio, es un amplio laberinto de colores y sabores, que delatan una ciudad que crece sin descanso ni consideraciones. La emoción y la curisiodad que generó ver el primer automóvil en Medellín, hoy no es anzanzable por las nuevas generaciones que cada vez se asombran menos por la cantidad de estímulos externos.

El afán de industrializar la ciudad hizo que los fundadores fueran expertos desde el comienzo en el arte del olvido. Los incendios "accidentales" ocurridos en varias ocasiones en la ciudad son un claro ejemplo de cómo el progeso fue la prioridad para el desarrollo del lugar.

Medellín es hoy una ciudad compleja y diversa, sus manifestaciones son amplias y la vitalidad de sus gentes traspasa límites. El centro se mantiene todavía como punto central, donde se reune lo religioso, lo económico, lo político y por supuesto, lo social. Es un espacio donde llegan todos los rostros de la ciudad, que se ha creído emprendedor y pujante pero que la mayoría de las veces se torna vivo y ambicioso.

Sin embargo el precio del progreso fue la pérdida de la memoria arquitectónica de nuestras calles. Hoy son muy pocas las estructuras que se mantienen en pie. Casi todas desaparecieron con el tiempo o están en estado agonizante. Medellín siempre cambia pero cada vez más, se convierte en una ciudad que sólo tiene historia en los libros.

Las arepas de Eliza

En la cocina de Elisa pareciera que se hubieran reservado el derecho de admisión para los avatares del tiempo y la modernidad. Allí, sin prisa, con la tranquilidad del que conoce la sabiduría de la calma y con la tranquilidad y paciencia propias de las zonas costeras, se trabaja a diario en la arepa.

La arepa, la misma que le ha permitido a Elisa vivir por más de tres décadas, la misma que se ha convertido en insignia, escudo e identidad de los paisas, la misma que genera lágrimas de nostalgia a los que viven en tierras extranjeras y hace parte fundamental de la dieta del resto de los colombianos, nació hace más de dos mil años con la historia del maíz en Meso América, su nombre al parecer, proviene del vocablo "erepa", que los Cumanagotos, tribu de los caribes de una provincia de Venezuela utilizaban para nombrar el maíz. Sin embargo otras versiones aseguran que la palabra arepa proviene de "aripo", una especie de plancha de barro en la que los indígenas cocinaban la masa de maíz.

La vida en la casa de Elisa se desarrolla en torno a la arepa. Las mujeres están siempre en la cocina y los hombres hacen los mandados, traen agua y lavan los platos. La vida de la familia está en la cocina, amenizada con vallenatos que se escapan de un viejo radio: fusión de sabores antioqueños y costeños, incitan al encuentro, al descanso, a la reunión en torno al fuego que cocina los alimentos.
Desde el día anterior remojan doce kilos de maíz para cocinarlo al amanecer y después pasarlo por la máquina de moler hasta obtener una masa blanca de la que salen esas telas redondas que más tarde, humeantes, deleitaran sus comensales
La arepa es la reina de la cocina de Elisa, se sirve con suero costeño o mantequilla y queso.

Elizabeth Rodríguez tiene 76 años y la fuerza de una mujer a la que le ha tocado enfrentar la vida con esfuerzo, con trabajo desde la niñez, de piel negra y delgada tiene un carácter fuerte que hace que todos la respeten.
La cocina está sobre la tierra, dos kioscos uno de paja cubre las mesas y el otro cubre el fogón. Cinco mujeres trabajan en la cocina, cada una sabe lo que le corresponde y solo mamá da órdenes.

Se camina despacio, se sonríe y se trabaja con gusto, amor a la arepa, amor a lo que se hace. La humildad, la misma de la arepa que permite que casi todo se pose encima de ella.
"¿Qué por qué son buenas mis arepas? Yo me afano para que queden buenas, porque las hago con la técnica tradicional, le pongo cuidado al maíz y trato que queden buenas", dice la negra Elisa.

Mercedes una de las hijas de Elisa es la que arma las arepas. De una bola de maíz se saca cada arepa sin necesidad de pesas, arma con esmero cada una y todas sin exactitud, sin secuencia. Las manos se juagan en una coca para acariciar de nuevo la masa, la arepa que ya tiene forma, se aplasta con tabla. Y de ahí al fogón
Siguen volteándose las arepas para cocinarse por los dos lados. Sin pinzas ni guantes, el sabor casero permanece.

Aunque Elisa dejó de hacer arepas por su salud, la tradición sigue para sus hijas. La mamá ya está cansada no quiere trabajar pero su fuerza no la deja quedarse quieta en la cocina de la cual es el alma. Allí mientras se elaboran las arepas, ella adelanta el almuerzo del día, lava aquí, limpia allá.
Antes no había fábricas, ella era la única que vendía.

Eliza empezó haciendo arepas por encargo y cuando en el pueblo se hicieron famosas las empezó a vender y hoy hay que llegar temprano para disfrutar de un manjar que tiene milenios de historia.