Tan cerca y tan lejos
No hay semáforos, ni calles congestionadas, ningún visitante ajeno toca la puerta, nadie pide, nadie vende, no llegan evangelizadores pidiendo un poco de tiempo. No se escuchan los gritos de niños jugando con la pelota, tampoco hay tiendas en donde comprar la leche cuando se acaba y averiguar los acontecimientos de última hora. El rostro de los vecinos es tan ajeno como la distancia de sus casas. Son cercanos en cambio, el canto de los pájaros, el aroma de las flores y los pasos lentos de las vacas sobre las hojas caídas. Son cercanos los árboles, las voces del agua de una quebrada cercana y el abrazo de las montañas vestidas con su traje verde original.
Una calle empinada y gravemente herida por la filtración de agua conduce a mi barrio. Es por esto que sólo sus moradores y algunos deportistas llegan hasta el lugar. Subir a pie es un viaje que roba muchas gotas de sudor al cuerpo pero regala a cambio, unas bocanadas de aire puro y un paisaje tranquilizador.
El barrio está en una de las montañas que rodean el Valle de Aburra, en el Municipio de La Estrella. Los que allí vivimos, tenemos el privilegio de observar la ciudad desde arriba y así creer que estamos más cerca de las nubes, envueltos en el silencio del campo. También por estar casi en el extremo sur del Valle de Aburrá recibimos casi a diario las lluvias que vienen del Norte.
San José es el nombre de mi barrio, y es también el que los conductores de transporte público les disgusta poner en sus ventanas. “Es que por acá los carros se dañan mucho, con un día de viajes a la semana el carro queda todo desajustado”. Tal vez sea ésta la razón por la que los colectivos suben al barrio cada dos horas y sólo hasta las 8:00 P.M.
No hay semáforos, ni calles congestionadas, ningún visitante ajeno toca la puerta, nadie pide, nadie vende, no llegan evangelizadores pidiendo un poco de tiempo. No se escuchan los gritos de niños jugando con la pelota, tampoco hay tiendas en donde comprar la leche cuando se acaba y averiguar los acontecimientos de última hora. El rostro de los vecinos es tan ajeno como la distancia de sus casas. Son cercanos en cambio, el canto de los pájaros, el aroma de las flores y los pasos lentos de las vacas sobre las hojas caídas. Son cercanos los árboles, las voces del agua de una quebrada cercana y el abrazo de las montañas vestidas con su traje verde original.
Una calle empinada y gravemente herida por la filtración de agua conduce a mi barrio. Es por esto que sólo sus moradores y algunos deportistas llegan hasta el lugar. Subir a pie es un viaje que roba muchas gotas de sudor al cuerpo pero regala a cambio, unas bocanadas de aire puro y un paisaje tranquilizador.
El barrio está en una de las montañas que rodean el Valle de Aburra, en el Municipio de La Estrella. Los que allí vivimos, tenemos el privilegio de observar la ciudad desde arriba y así creer que estamos más cerca de las nubes, envueltos en el silencio del campo. También por estar casi en el extremo sur del Valle de Aburrá recibimos casi a diario las lluvias que vienen del Norte.
San José es el nombre de mi barrio, y es también el que los conductores de transporte público les disgusta poner en sus ventanas. “Es que por acá los carros se dañan mucho, con un día de viajes a la semana el carro queda todo desajustado”. Tal vez sea ésta la razón por la que los colectivos suben al barrio cada dos horas y sólo hasta las 8:00 P.M.
San José es un mantel verde con unos pocos retazos de cemento. Aquí donde los murmullos del campo todavía le ganan al estruendo de la ciudad, vivieron los Anaconas: últimos indígenas sobrevivientes del Valle de Aburrá, hace más de 300 años.
Desde San José Medellín luce inofensiva, callada y tímida, se siente lejana. Pero la ciudad del ruido y el movimiento esta a sólo a 15 kilómetros de mi barrio verde, donde todavía se siembra plátano, papa y yuca en los solares de las casas.
A veces creo que la lejanía durará poco y que el mantel empezará a tornarse gris como las montañas que alcanzo a ver en el norte. Que las pequeñas luces que se ven como cucuyos inmóviles, dominaran la noche que reina todavía en mi barrio y que llegarán vecinos todavía más lejanos. Por ahora, veo el futuro desde arriba, mientras vuelan los pájaros y las vacan comen el pasto con la tranquilidad de que Medellín está todavía muy lejos.
Desde San José Medellín luce inofensiva, callada y tímida, se siente lejana. Pero la ciudad del ruido y el movimiento esta a sólo a 15 kilómetros de mi barrio verde, donde todavía se siembra plátano, papa y yuca en los solares de las casas.
A veces creo que la lejanía durará poco y que el mantel empezará a tornarse gris como las montañas que alcanzo a ver en el norte. Que las pequeñas luces que se ven como cucuyos inmóviles, dominaran la noche que reina todavía en mi barrio y que llegarán vecinos todavía más lejanos. Por ahora, veo el futuro desde arriba, mientras vuelan los pájaros y las vacan comen el pasto con la tranquilidad de que Medellín está todavía muy lejos.
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